MENSAJE DE CUARESMA DE BENEDICTO XVI
El Papá Benedicto XVI tiene una
forma muy especial de cómo podemos vivir esta cuaresma en esta ocasión quisiera
compartir su mensaje:
«Fijémonos los unos en los
otros
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre
el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo
propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos,
renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitaria. Se trata de un
itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno,
en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto
bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los
unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24).
Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a
confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso
a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres
virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y
llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que
profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los
hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se
afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en
los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta
escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24,
que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre
tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad
personal.
1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado
es katanoein, que significa observar bien, estar atentos,
mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el
Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del
cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina
(cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro
propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41).
Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como
invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de
nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la
mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros,
a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo,
con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés,
que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera
privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada
uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que
seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que
entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención
al bien del otro y a todo su bien. El gran
mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos
una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el
hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe
llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el
Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la
solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán
naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el
mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está
enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el
acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los
hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos
los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber
perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con
fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68).
El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la
comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y
hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien;
interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La
Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón
endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante
los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de
Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede
crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el
sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre
al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32),
y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la
condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19).
En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y
compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano?
Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer
los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca
debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras
cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto
de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de
corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un
despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los
derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7).
Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt5, 4), es
decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el
dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a
su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien
espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi
parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la
salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del
cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero
callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con
los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las
comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se
interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma,
por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te
amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y
crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender
al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El
verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo
que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una
generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición
de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de
«corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la
caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud
de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se
adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos
acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen
el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es
un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la
misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El
apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los
espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo,
pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo
impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de
la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el
justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos
débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran
servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para
mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del
Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y
reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha
hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
Continuara…
Que el Señor se a su fuerza y su paz
Pbro. Carlos Felipe Lozano Lara.
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