II PARTE MENSAJE DE CUARESMA
Esta es la segunda parte y última
del mensaje de su Santidad Benedicto XVI espero que esto nos ayude a fomentar y
luchar por la paz:
2. “Los unos en los otros”:
el don de la reciprocidad.
Este
ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la
vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y
acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una
sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos
físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la
comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que
«fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su
prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio
«sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación
mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de
la comunidad cristiana.
Los
discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una
comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo.
Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver
con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la
comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el
bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también
una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta
reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por
los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se
llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican.
«Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque
formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas
expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y
el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en
la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo
que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también
reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los
prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus
hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el
otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los
cielos (cf. Mt 5,16).
3. “Para estímulo de la caridad y las
buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta
expresión de la Carta a los
Hebreos (10, 24) nos lleva a
considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida
espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más
alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca
tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor,
«como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin
ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para
descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma
crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de
crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para
alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente,
siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de
negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y
el de los demás (cf. Mt25,25
ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el
cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación
personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad
recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos
y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto
grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer
y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la
Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San
Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante
un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad
al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad,
en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa
en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una
santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen
María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
Que el Señor sea su Fuerza y su Paz.
Pbro. Carlos Felipe Lozano Lara.
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