Domingo XXV Ordinario. 


En muchos ambientes se quiere ser el primero o el más importante, nuestros ambientes son cada vez más competitivos,  ya no es suficiente,  por ejemplo, ser licenciado,  ingeniero o algún otro titulo,  ya se necesita ser máster, doctor o al menos tener varios diplomas o especialidades en el ramo de su carrera,  para  poder tener  cierta importancia o un lugar con las personas con las que convive. Pero muchas veces conlleva un riesgo,  la soberbia y sobretodo  creer que esta por encima de los demás, que puede  conseguir lo que quiere, tan sólo por sus títulos,  maestrías o doctorados.

 Este un riesgo que todos podemos correr, por lo que se, por las personas con las que me relaciono, por el ministerio que ejerzo, en algún momento pensar o creer que soy el primero. Esto puede traer tantos problemas innecesarios, como también competencia, desigualdad. 

En la forma de vivir el cristiano,  el seguidor de Cristo, el apóstol,  su característica principal es ser servidor, el último. No el primero. No porque sea incapaz o ignorante o inculto, sino porque es su aportación al mundo a la Iglesia, es testimoniar con la vida que todo puede cambiar puede ser distinto para el bien de todos. 

Es sembrar la disciplina,  el buen hábito, el respeto por los demás, el cuidar la armonía entre nosotros y la naturaleza,  aunque nadie sepa que lo hago, ni lo anuncio para que algunos lo sepan, eso es ser el último y servidor de todos. 

El ser responsable, honrado, el saber discernir, el tomar buenas decisiones, el consultar, pensar antes de actuar de alguna manera es también ser el último y servidor de los demás. 

Es ser capaz de crear un ambiente favorable para la convivencia entre los hombres y mujeres de buena voluntad,  independientemente de su raza, lengua e incluso religión. Porque todos somos habitantes de este mundo y peregrinos, que vamos al encuentro de Dios,  Señor de todo cuanto existe. 

Que el Señor sea su fuerza y su Paz.

Pero. Carlos Felipe Lozano Lara. 


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